El alboroto acerca palmerales
con sus risas subidas al perímetro
reconocido mientras la coruja,
–no figurada en nada, afortunada
irremediable y cierta como el río–
asume la llegada entre las claras;
donde espejos a solas con sus llamas
tonifican recuerdos respetando
universo que aboga por la oblicua,
cantidad conducida en la monótona
onda cuando ha arrasado descarte
destilando el amor más misterioso,
tejiendo pensamientos destinados,
a las orugas lentas que recuerdan
los músculos minúsculos alados,
y cumpliendo con celo acelerado
la cifra viva escrita en la guirnalda
itinerante y mínima de estrellas.
José Pómez
17 enero 2016 en 12:45
Hola. También me ha gustado mucho 🙂